Tras las clases teóricas del primer curso formativo en el Máster de Arteterapia y Mediación Plástica, había llegado la hora de invertir los conocimientos adquiridos, en una experiencia práctica sobre la utilidad de la Arteterapia.
El colectivo al que debía ofrecer un programa de Arteterapia, debía ser un grupo de personas con algún tipo de dificultad en sus vidas, para que dicha actividad les sea un ejercicio útil, y a la vez, con intención de mejora.
Finalmente, me decidí por el colectivo de discapacidad intelectual, fue en la asociación Integra-t, del municipio de Elche, donde aceptaron llevar a cabo mi programa de terapia.
Diseñé una serie de actividades creativas, para que el colectivo con discapacidad pudiera tener sus oportunidades de mejoría en cuanto a la autonomía personal, la creación de su identidad, la mejora de la autoestima, trabajar sus capacidades de razonamiento y pensamiento, definir los gustos personales del colectivo, dar seguridad a los pacientes y fomentar el trabajo en grupo. Al mismo tiempo, ofrecer un modelo de expresión con materiales plásticos, que facilite la comunicación a aquellos que tengan dificultad con la expresión oral. Potenciando así el diálogo para compartir las inquietudes o experiencias dentro del grupo.
Las sesiones de Arteterapia también debían convertirse en un espacio seguro para trabajar los conflictos, y aquellos aspectos que perturbasen el bienestar emocional de los pacientes. También se trabajarían las habilidades sociales, el paciente aprendería a posicionarse en el lugar de la familia, y así crear su propia historia dentro de su marco vivencial. Más un largo etc. que apuntaba al bienestar de los pacientes.
Abraham M. durante una de sus sesiones de Arteterapia con el colectivo de discapacidad intelectual, fotografía tomada en Mayo de 2013.
Cuando tuve la primera sesión de Arteterapia dentro del colectivo, sólo contaba con las nociones teóricas de la discapacidad intelectual. La teoría, englobaba a las personas con discapacidad mediante la falta, si los comparamos con las personas que tuvieron un desarrollo considerablemente saludable.
Como el poseer un funcionamiento intelectual inferior a 70 puntos de cociente intelectual, tener limitaciones en las habilidades para adaptarse a la vida corriente, aprender a hablar y a andar más tarde de lo normal. Dificultad para recordar cosas, tener problemas para entender las reglas sociales, dificultades en ver las consecuencias de sus propios actos, o dificultades para resolver problemas por sí solos.
Sin embargo, a medida que las sesiones de Arteterapia iban transcurriendo, el colectivo fue tomando confianza con la terapia, y poco a poco cogieron confianza para abordar cuestiones personales. Fue entonces cuando entendí, que la teoría englobante de la discapacidad, pasaba por alto el aspecto emocional de las personas que la padecían.
La discapacidad intelectual es una condición que limita a las personas en el día a día, no sólo por las propias dificultades que la discapacidad pueda presentar, sino también por nuestro desconocimiento hacia la misma. A menudo, caemos en el error de compadecernos más de lo que debemos, o damos por hecho las limitaciones de la discapacidad. Esto, quizás sin querer o desde la buena intención, damos lugar a la sobreprotección, dificultando así los progresos en el desarrollo de las personas con discapacidad.
El colectivo de Arteterapia elaborando una de las sesiones. (Apropiación del cuerpo)
Las primeras sesiones de Arteterapia fueron excesivamente lentas, pues la Arteterapia en sí fue una actividad muy novedosa en el centro de discapacidad. Los pacientes estaban acostumbrados a hacer, día tras día, las mismas actividades y rutinas, apenas sin variar, y con constantes correcciones por parte de los monitores del centro. Básicamente se entrenaba al colectivo para que pudieran afrontar la vida, dentro de sus posibilidades, con la mayor autonomía posible. Sin embargo, apenas se trabajaba el aspecto emocional del colectivo, las personas que hay detrás de la discapacidad.
La Arteterapia podía ofrecer ese espacio para el autodescubrimiento, esta disciplina fue una oportunidad para que la discapacidad diera voz a sus inquietudes personales, malestares y deseos. Y a medida que el colectivo fue apropiándose de la Arteterapia como medio de expresión, con mayor dominio fueron apropiándose de su “yo”, pudiendo reflexionar en qué lugar del mundo querían estar.
Los resultados fueron muy positivos, la mayoría del colectivo anhelaba una vida adulta, al margen de los cuidados de familiares y tutores. Además, deseaban tener su propia familia y un trabajo, la mayoría de los pacientes describió un trabajo con un servicio cara al público.
Lo que la discapacidad intelectual me estaba mostrando, es que querían ser dueños de sus propias vidas.
Abraham Moscardó
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